sábado, 21 de abril de 2012

Courbet–Autorretrato (el Desesperado)

Aquí tenemos un pedazo de pintura plena de modernidad, pero ejecutada en 1843 por el entonces todavía muy joven Gustave Courbet (1819-1877), pintor de temperamento turbulento y comprometido, quintaesencia del artista romántico. Fue muy aficionado a autorretratarse en las más diversas actitudes; ésta es de las más sorprendentes, pues nos muestra al pintor mirando directamente hacia el espectador, con los ojos muy abiertos y con una expresión febril en su mirada.

Courbet_Gustave_SelfPortrait_TheDesperateMan_1845

domingo, 15 de abril de 2012

Cavedone y los golpes del destino

Los artistas nunca lo han tenido fácil, y menos en épocas pretéritas, cuando su arte no se consideraba sino la mera habilidad de un artesano cualquiera. Un talento excelso no estaba a salvo de los embates de la fortuna si no encontraba la protección de un mecenas generoso o la escapatoria de un beneficio eclesiástico, o tal vez un buen matrimonio que alejara a la indigencia que esperaba a la vuelta de la esquina. Podemos encontrar innumerables ejemplos de artistas machacados por la desgracia o por las consecuencias de los propios errores. De algunos conocemos bien su historia. Otros no han tenido tanta fortuna, bien porque su fama no fue tan grande en vida o ya sea porque esta se vio oscurecida con posterioridad.

Giacomo Cavedone (1577-1660) fue uno de los más talentosos artistas que trabajaron en Bolonia a comienzos del siglo XVII. Y esto es decir mucho, pues la ciudad italiana se convirtió en aquellos días en una de las principales capitales de la pintura barroca. Luminarias como Guido Reni, Domenichino o Francesco Albani florecieron por entonces, siguiendo el brillante camino que los hermanos Carracci había marcado. Cavedone fue alumno directo de Annibale Carracci y después, cuando éste marchó a Roma, de su primo Ludovico, de quien se convirtió en su mano derecha. También trabajó bajo las órdenes de Reni en Roma. Su prestigio era muy grande en Bolonia, hasta el punto de que, a la muerte de Ludovico Carracci (1619), se convirtió en caposindaco de la Accademia degli Incamminati, la institución fundada por Annibale y que era el Sancta Sanctorum de la pintura boloñesa.

Giacomo Cavedone Adoración de los Pastores Lienzo. 240 x 182 cm. Museo del Prado. MadridAquí tenemos a Giacomo en todo el esplendor de su fama: es uno de los pintores más reputados de Italia y el jefe de facto de los pintores boloñeses. Los encargos prestigiosos se suceden y puede mantener un taller donde aprenderán algunos de los mejores artistas de la siguiente generación. Ahora (1624) está pintando los frescos de la iglesia de San Salvatore, otro encargo que no hará sino aumentar su celebridad entre los boloñeses. Nuestro artista ignora que su vida va a dar un inesperado y dramático giro.

El oficio de pintor tiene sus riesgos: uno de ellos es la necesidad de subirse a un andamio para realizar trabajos al fresco en paredes situadas a gran altura. Pero es una apuesta que todos los artistas ambiciosos aceptan, pues es en las grandes decoraciones de edificios públicos donde la fama de un pintor puede hacerse eterna. La grandiosidad y aparato que el gusto barroco exige es el campo de batalla perfecto donde derrotar a colegas y rivales.

CAVEDONE - Sainte Marie MadeleineGiacomo es consciente de esto, y fue desde el andamio de San Salvatore desde donde cayó aquel día de 1624. Su cuerpo fue a impactar contra el duro pavimento, y con sus huesos también se rompió en mil pedazos su futuro como artista. Ya no volvió a pintar nunca más. Del orgulloso pintor no quedó nada. El destino es cruel a menudo, pero Cavedone se convirtió en su víctima favorita, pues le concedió una larga vida que llenar con nuevas desgracias. El pobre inválido que ahora era tuvo que ver como la desgracia también se abatía sobre su familia. Primero su esposa fue acusada de practicar la brujería y después tuvo que ver como la peste que asoló la ciudad en 1630 le arrebataba la vida a ella y a todos sus hijos, mientras que a modo de sarcasmo lo dejaba a él vivo. Murió a edad muy avanzada y en la indigencia, pues hacía mucho tiempo que no podía ejercer el oficio que le hizo célebre tres décadas antes.

Cavedone supo expresar con su pincel mucho de lo que aprendió de sus dotados maestros. Su experiencia veneciana le hizo caer bajo el hechizo de los colores tizianescos, tan vivos y elegantes, que incorporó a su paleta, lo que le diferenció de la mayoría de sus compatriotas, más contenidos a la hora de aplicar encarnados y violetas. No fue un genio, pues fue sobretodo un alumno aventajado de los Carracci, cuyo estilo siguió de cerca, pero sin duda mereció la fama que disfrutó en su juventud y que el destino tuvo a bien en arrebatarle, haciéndolo un desconocido para la posteridad.