Carlo Dolci (Florencia, 1616 – 1686) gozó de una gran popularidad entre sus contemporáneos, gracias a sus cuadros religiosos, primorosamente elaborados. Su arte siempre fue algo edulcorado, probablemente el principal motivo de su posterior olvido por la crítica. Eso no impide apreciar la indudable belleza de algunos de sus mejores cuadros, como el que aquí presentamos, conservado en la Royal Collection británica.
miércoles, 29 de enero de 2014
jueves, 9 de enero de 2014
Masaccio
Tommaso di Ser Giovanni di Mone Cassai (1401-1428) vivió sólo 27 años. A esa edad la mayoría de los humanos apenas hemos hecho algo en la vida. O tal vez nada. Cuando Masaccio falleció (según las malas lenguas, envenenado) se había convertido en el primer pintor de la era moderna. Podemos decir que con Masaccio, el Renacimiento llega a la pintura.
Artista de precocidad deslumbradora, ya lo encontramos en 1417 establecido en Florencia. Probablemente se formó con un paisano y pariente suyo, el pintor Mariotto di Cristofano, aunque existen otras teorías. El caso es que ya en 1420 le hallamos asociado con un pintor más veterano, Masolino da Panicale, junto al que emprenderá alguno de sus más importantes proyectos. Así será en la Capilla Brancacci de la iglesia de Santa Maria del Carmine, donde ambos artistas emprenderán un ambicioso ciclo de temática inusual. Los trabajos comenzarán en 1425, y es fácil distinguir el estilo de ambos artistas: Masolino es elegante y muy apegado todavía al estilo gótico de figuras preciosas y un tanto planas; Masaccio, al contrario dota a sus figuras de una contundencia y monumentalidad muy características.
En Florencia, Masaccio había trabado amistad con las principales figuras del panorama artístico, Donatello y Filippo Brunelleschi, de quien Vasari afirma aprenció las reglas de la perspectiva. Esto será determinante. Sus frescos en el Carmine son los primeros que insertan a sus personajes en un escenario real, fiel a las leyes de la naturaleza. Adiós a los fondos dorados, adiós a las figuras ajenas a su entorno. Mientras Masaccio pinta sus escenas, está creando, tal vez sin darse cuenta, algo nuevo. Recoge el testigo de Giotto, a quién sin duda estudió, y consigue elevar el arte de la pintura a un nuevo nivel. Es un punto sin retorno para la historia del arte.
Su obra maestra quedará sin embargo inacabada. Masolino marcó a Hungría el mismo año, y nuestro artista continuará los trabajos hasta 1426. Sólo cincuenta años después, Filippino Lippi completará lo que sus predecesores dejaron a medias.
Santa Maria Novella de Florencia será el lugar donde Masaccio nos dejará su obra maestra, la Santísima Trinidad (1427). Las circunstancias de su creación no están del todo claras, pero el arte habla por si mismo. En una pared lisa, el pintor consigue crear la ilusión de profundidad en diversos planos. La obra es sorprendente, pues rompe con cualquier tradición pictórica anterior. El uso de la perspectiva geométrica es fascinante, sobre todo si tenemos en cuenta que prácticamente no existían precedentes a los que aferrarse. La mano de Brunelleschi puede sentirse en ella, aunque no está documentada su colaboración.
Masaccio marchó poco después a Roma, donde le sorprendió la muerte mientras trabajaba en la iglesia de Santa Maria Maggiore. Fue muy llorado por sus contemporáneos y estudiado extensivamente por sus sucesores. En su corta vida tuvo tiempo de cambiar el destino de la pintura italiana, y por ende, de la occidental. En su Trinidad podemos ver, justo encima del esqueleto de Adán, la siguiente profética inscripción:
"IO FUI GIA QUEL CHE VOI SIETE E QUEL CH'IO SONO VOI ANCO SARETE"
Yo una vez fui lo que tú eres hoy y yo soy lo que tú pronto serás.
Palabras que fueron escritas por un joven artista de 25 años, que no sabía que en menos de un año su destino se consumaría.
domingo, 5 de enero de 2014
Suzuki Harunobu
Suzuki Harunobu (1725-1770) fue uno de los más famosos maestros del del Ukiyo-e, el arte del grabado en madera. Además de su personal estilo, muy imitado con posterioridad, fue un revolucionario, que introdujo nuevas técnicas dentro de su arte.
Alumno de Nishikawa Sukenobu, sus primeros tiempos fueron como artista de la escuela Torii. Pero fue en la última etapa de su carrera cuando empezó a destacar, gracias a la protección de un grupo de cultos samurais que patrocinaron al artista. Gracias a su influencia, fue elegido par realizar una serie de calendarios impresos que se convirtieron en los primeros nishiki-e (impresiones de brocado). El apoyo económico brindado por sus mecenas le permitió experimentar con materiales de alta calidad, tanto en las tintas de impresión como en las maderas (cerezo en lugar de catalpa) utilizadas para los bloques de imprenta. Así, Harunobu pudo emplear hasta diez colores diferentes en sus grabados, cuando hasta la fecha el máximo habían sido tres a lo sumo. Es característico el grosor de su capa de color, que da a sus creaciones un efecto más opaco. El presupuesto nunca fue un problema para el artista.
De esta manera, Harunobu pudo publicar en 1765 el primer nishiki-e totalmente en color.
Estilísticamente, fue también el iniciador de una serie de temas que hicieron gran fortuna entre los maestros de siguientes generaciones. Para empezar, se alejó del estilo paisajístico hasta entonces imperante y situó sus grabados en escenarios de interior, con figuras de aspecto delicado, casi aniñado. Fue el gran ilustrador de la vida de sus contemporáneos, pues retrató no solo a cortesanas o actores de kabuki, sino que también dirigió su atención a personajes más populares como los vendedores ambulantes. También fue uno de los primeros en dar color al fondo de sus grabados mediante una técnica llamada tsubushi. No fue su creador, pero sí el que más partido supo sacarle.