martes, 31 de mayo de 2011

La azarosa vida de Caravaggio

Genio y figura hasta la sepultura. Tal vez sea Michelangelo Merisi uno de los personajes a quien esta frase hecha le encaje mejor. Por su trayectoria vital, por su manera extrema de transcurrir por ella. Porque fue un “culo de mal asiento”, siempre descontento con el estado de cosas en el que vivía, aunque éste no fuera ni mucho menos malo.

Caravaggio, por Ottavio Leoni

Nacido probablemente en Milán en el 1579, quedó huérfano muy pronto. No le faltó sin embargo la protección de los marqueses de Caravaggio, ni en su juventud ni más tarde. Con pocos años entró en el taller de Simone Peterzano, mediocre pintor manierista que poco le pudo enseñar a su precoz alumno. Ya en Roma, fue ayundante del pintor de moda en el Vaticano, Il Cavaliere di Arpino, pero no hizo buenas migas con su jefe, y pronto se independizó. Sobrevivió como pintor de bodegones a duras penas, y cuando la situación pareció desesperada, tuvo la suerte de encontrar la protección del Cardenal del Monte, uno de los más finos mecenas de la Roma del Seicento. Bajo su patrocinio comienzan a producirse los primeros encargos importantes, y ya podemos observar que el joven pintor derrocha talento, y no solo eso, pues tiene un concepto del arte extremo y revolucionario.

Entierro de Cristo No tiene manías en retratar como modelos a lo peor de la sociedad romana: prostitutas, borrachos y vagabundos comienzan a aparecer en sus obras, pero no como tales, sino interpretando el papel de santos y apóstoles. Esto causó un gran escándalo: cuando Caravaggio entregó su Muerte de la Virgen, los clientes se negaron a colgarlo en la iglesia para la cual estaba destinado el cuadro. ¿El motivo? Pues que para darle más realismo a la figura del cuerpo inerte de María no tuvo mejor idea que tomar como modelo el cadáver de una puta ahogada hacía un par de días en el Tíber. No cabe duda que Merisi no se casaba con nadie, aunque pagase bien.

Este caso no fue único en su carrera: Su San Mateo y el ángel fue rechazado porque no gustó que al santo, de figura vulgar, se le viesen los pies sucios y descalzos del viejo mendigo que en realidad era.

Nunca se plegó Caravaggio a los deseos del cliente de turno. Durante toda su carrera podremos ver como aparecen en sus obras a sucesivas amantes: Filis Melandroni es una brava Judith que corta con repugnancia el cuello del enemigo de su pueblo, el general Holofernes. Cuántas veces veremos a Lena Antognetti en la figura de la Virgen.

Sin embargo, el rasgo crucial que caracteriza a Caravaggio es el tratamiento totalmente nuevo que dio a la luz en sus cuadros. Casi siempre sumergidos en la penumbra, los personajes de Merisi son golpeados por violentos haces de luz que surgen de un margen del cuadro. Se produce así un efecto absolutamente dramático, que refuerza la acción y esculpe las formas de sus figuras. Esta innovación causó furor entre la mayoría de sus colegas, y aunque al principio sufrió el rechazo del “establishment” manierista encabezado por Zuccari, con el tiempo su estilo triunfó y gozó de numerosos seguidores, que fueron denominados Tenebristas o Caravaggistas.

Caravaggio consiguió ser el pintor más célebre de Roma. Sin embargo, cuando estaba en la cúspide de su carrera, su violento caracter le arrastró a la desgracia. Una noche mató a Ranuccio Tomasoni, un soldado de fortuna, en una reyerta callejera. No era esta la primera trifulca en que se vio envuelto el pintor, pero esta vez el Cardenal del Monte no pudo protegerle, como ya había hecho en más de una ocasión, incluso sacándole de la cárcel. Fue condenado a muerte, y tuvo que huir a uña de caballo a los dominios de los Sforza de Caravaggio, sus antiguos amos. De allí escapó a Nápoles y Sicilia, donde dejó obras dignas de su talento. Más adelante encontró asilo en la isla de Malta, donde los caballeros de la Orden lo acogieron y aceptaron entre sus filas. Parecía que por fin había encontrado descanso, pero sin embargo, poco después era encarcelado por un delito desconocido para nosotros en las cárceles de la Orden de Malta. Increíblemente, Caravaggio consigue escapar de la fortaleza y volver a Nápoles. Es un alma en pena, lleva cuatro años de constante huída y parece que el artista no tendrá nunca descanso. Un sentimiento oscuro le domina, el terror a que sus perseguidores le encuentren le agria todavía más el carácter. Parece que le acecha la muerte y él lo sabe.

Judith decapitando a Holofernes 

Las siete obras de Misericordia

Sin embargo, el milagro se produce. Sus protectores romanos han conseguido una promesa de indulto. Caravaggio, ilusionado con volver a Roma, empaqueta sus pertenencias y compra un pasaje en el barco que ha de llevarle de regreso. Sin embargo, en la fortaleza de Porto Ercole es detenido y ve, desesperado, como el barco parte con todas sus cosas (entre ellas sus últimas obras con las que piensa comprar el favor del nuevo papa). Parece que todo ha sido un error, y es liberado. Pero por desgracia, el artista está gravemente enfermo, unas fiebres le tienen postrado. A pesar de esto, intenta alcanzar el barco perdido y se interna en la playa de Porto Ercole…

Era el verano de 1610.

Caravaggio fue encontrado muerto en la playa. Parece que fue la fiebre lo que acabó con él, pero en realidad es un misterio. Hay quien dice que fueron los Caballeros de Malta quienes por fin dieron con el hombre a quien habían condenado a muerte dos años antes. No se sabe. Lo único que quedó de él fueron las misteriosas obras que dejó en el barco, que fueron reclamadas enseguida por los más insignes personajes romanos. Una de ellas es el Martirio de Santa Ursula, tal vez su última obra. En el vemos al matarife y a los soldados que rodean a la santa, que mira incrédula como una flecha se ha hundido en su pecho. Detrás de ella vemos a un hombre barbado, de tez pálida y expresión oscura, que mira al infinito como ajeno a la escena. Es el postrer autorretrato de Michelangelo Merisi. Su mirada no encontró lo que buscaba.

Martirio de Santa Ursula

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